martes, 7 de abril de 2009

Las 'ciudades ideales' que nunca existieron

En Las ciudades invisibles, Italo Calvino imagina un tipo de metrópoli en la que sólo pueden suceder dos cosas: o bien los deseos consiguen acabar con la ciudad o es ella la que termina anulando los deseos.

Parte de la historia del urbanismo de finales del siglo XIX y la primera mitad del XX podría tener su reflejo en esta definición límite. Berlín y Moscú fueron el laboratorio a escala real donde Hitler y Stalin experimentaron con la sed de poder, la megalomanía y el desprecio por el individuo. Los dos dictadores impusieron en sus ciudades una arquitectura deshumanizada y ampulosa.

Por otro lado, en los países democráticos, la creencia en el progreso y la racionalidad sin límites cargaron sobre los hombros de la arquitectura la tarea de moldear la utopía futura. Madrid o París estuvieron cerca de caer bajo el rodillo imparable del idealismo.

Los presentados a continuación son cuatro de los proyectos, cada uno con su nivel de detalle y peculiar grandilocuencia, que fueron diseñados para alterar la esencia de sus ciudades y la naturaleza de las relaciones entre las personas que en ellas vivían.

EL FUTURO MADRID

"Si fuéramos tan pródigos en obras como en proyectos, Madrid y España entera serían una maravilla". Estas palabras llenas de optimismo fueron escritas por el político y escritor Ángel Fernández de los Ríos en 1868.

Liberal progresista, europeísta, anticlerical, con el tiempo cada vez más republicano, Fernández de los Ríos proyectó, desde su exilio en París (del que regresó cuando triunfó La Gloriosa), un nuevo mapa urbano para Madrid.

Hay que situar las ideas de Fernández de los Ríos en su contexto: el optimismo racional, la fe en el progreso y la seguridad de que la utopía positivista está al alcance del ser humano. Lo que este periodista que llegó a ser concejal de urbanismo (y a quien se le debe la apertura al público del parque de El Retiro) quería era un Madrid geométrico, limpio, luminoso.

El Futuro MadridPara ello, proyectó un plan traumático -Futuro Madrid- que hoy calificaríamos como de "cirugía urbana": grandes avenidas rectas que unían los principales edificios públicos. Por el camino se destruirían iglesias y conventos (como el de las Descalzas Reales) y otros monumentos religiosos cambiarían de función (San Francisco el Grande hubiera pasado a ser el panteón nacional de hombres ilustres).

Al mismo tiempo, todos los cementerios se habrían unificado en uno, de carácter civil, situado en la Casa de Campo. En armonía con la repugnancia moral que le provocaba la tauromaquia, la plaza de Toros (la antigua, no la actual) se trasladaría fuera del centro monumental.

Todas estas reformas estructurales culminarían con la construcción de enormes plazas. La más importante de todas, la Plaza de Europa, hubiera llevado en el centro una columna en memoria de la abolición de la Inquisición, y que como el mismo Fernández de los Ríos recomendaba, debería ser levantada con el metal de los conventos que se derribarían.

El Futuro Madrid nunca se llevó a cabo. Del empeño de Fernández de los Ríos como concejal han sobrevivido la Plaza de Dos de Mayo o el viaducto de la calle Segovia. A pesar del tiempo trascurrido, este proyecto conserva algo intemporal y profundamente moderno en su forma de concebir la arquitectura como un medio para un fin; una "ilusión de significado" que muchos consideran la clave del urbanismo moderno.

EL PROYECTO 'GERMANIA' EN BERLÍN

Una ciudad al servicio de una causa. 1938, Hitler y su arquitecto de cámara, Albert Speer, se propusieron hacer de Berlín la capital de Mundo. El líder del partido nazi quería la antigua Roma, y Speer, un arquitecto sumiso del poder, más preocupado por complacer al dictador que por su propia virtud profesional, hizo cuanto pudo para dársela.Maqueta del Proyecto Germania

El proyecto Germania fue la representación del poder omnímodo de Hitler sobre sus ciudadanos (súbditos) y un medio para intimidar a los representantes de las naciones extranjeras. Hitler vivió por y para su ciudad, considerándola un teatro de marionetas. Speer, que en sus memorias parece alejarse con poca convicción de algunas de las maquetas, diseñó celosamente los edificios y avenidas a mayor gloria de su Führer.

El Berlín de Hitler y Speer renacería en torno a dos ejes, basados en planificación de las ciudades romanas (cardo y decumano). Un eje norte-sur, de unos seis kilómetros de extensión, con una estación de ferrocarril en cada extremo. Y un eje este-oeste que incluía la Unter den Linden y la Puerta de Brandenburgo.

En el centro de esta cruz estaba el despacho de la Cancillería del dictador, como sucedía en la Francia absolutista con el dormitorio de Luis XIV, situado justo en el cruce de las dos carreteras más importantes.

Los edificios que llenarían este inmenso espacio hubieran sido, por su escala, los recordatorios de "una fantasía maligna y febril": Una Sala del Pueblo coronada por una cúpula de 300 metros de alto y con capacidad para 18.000 personas, un arco del triunfo de 117 metros de altura, un museo nacional (el doble de grande que el Louvre). El proyecto Germania, a pesar de no superar la fase de maqueta, ha quedado como uno de los prototipos más monstruosos de la arquitectura como reflejo del poder del Estado.

EL MOSCÚ DEL PROLETARIADO

Es muy difícil comprender la impunidad con la que los deseos de Stalin se hacían realidad… o trataban de hacerse. A mediados de la década de 1930, Stalin decidió que había llegado el momento de construir un Palacio de los Soviets.

Un edificio que simbolizara el triunfo del comunismo soviético sobre el capitalismo y que albergaría, entre otras dependencias, un museo, oficinas y salas de reuniones para los miembros del Partido. Su tamaño debía de superar el del Empire State Building de Nueva York, y el tejado habría de estar coronado por una estatua de Lenin tan colosal que, a su lado, la Estatua de la Libertad pareciese una muñeca.

Palacio de los SovietsEn uno de los muchos pasajes estremecedores de su libro El Imperio, Ryszard Kapuscinsky recuerda cómo Stalin tomaba al mismo tiempo dos decisiones: matar de hambre a diez millones de personas en Ucrania y derribar la Catedral del Cristo Salvador del centro de Moscú para construir en su lugar el palacio. "Imaginémonos", escribe el periodista polaco, "que Paul Doumer, que por aquel entonces es el presidente de Francia, ordena derribar la Catedral de Notre-Dame de París. ¿Somos capaces de imaginarnos algo semejante? No".

Pero la basílica, orgullo del zarismo, fue despojada del oro y el mármol que contenía y demolida. Nadie protestó. Cuentan que el dictador acostumbraba a pasearse en coche para inspeccionar personalmente la obra.

Los escaparates de las tiendas estaban vacíos de comida; en su lugar exponían las maquetas del palacio y de otros edificios proyectados para satisfacer el culto a la personalidad de Stalin: El edificio para el Comisariado de la Industria Pesada, el Hotel Moskva (de más de 1.000 habitaciones), el Palacio de las Tecnologías y la Casa del Libro.

Ninguno de estos proyectos vio jamás la luz. El Palacio de los Soviets sí que empezó a ser construido, pero Iofan, el arquitecto que ganó el concurso, no supo nunca cómo solucionar los problemas de drenaje que continuamente socavaban los cimientos. Finalmente su construcción fue abandonada y en su lugar, años después, ya en época de Jruschov, se construyó una piscina al aire libre. Actualmente el templo, que ha sido vuelto a construir, presenta esta imagen.

LA 'CIUDAD RADIANTE' DE PARÍS

Orden. Pureza. Eficiencia. Precisión. Para Le Corbusier el urbanismo era la prolongación de la línea recta que va de lo maquinal a lo humano. Para acertar con el diseño perfecto es preciso "estudiar la célula perfectamente humana, la que responde a unas circunstancias fisiológicas y sentimentales", escribió el arquitecto en uno de sus enrevesados tratados.

En 1925 Le Corbusier presentó un programa para rediseñar París cuyo primer paso era echar abajo gran parte de la ciudad. "Pienso, pues, con toda frialdad, que hay que llegar a la idea de demoler el centro de las grandes ciudades y reconstruirlo, y que hay que suprimir el cinturón piojoso de los arrabales". El denominado Plan Voisin seguía al pie de la letra el ideario funcionalista.

Proyecto de Le Corbusier para ParísLa esencia del proyecto era una gran cruz viaria y un gran bosque de torres de viviendas de planta cruciforme y sesenta pisos de altura. El plan tan sólo dejaba intactos algunos edificios y monumentos (Notre Dame, el Arco del Triunfo, la basílica del Sacré Coeur y la Torre Eiffel). La mutilación, de llevarse a cabo, hubiera sido traumática. Según dice el geógrafo Peter Hall en Ciudades del mañana, el arquitecto no llegó a entender por qué su proyecto no había gustado en el Ayuntamiento parisiense, que al parecer lo calificó de “bárbaro”.

Le Corbusier fue un arquitecto carismático, visionario y despótico. Muchas de sus utópicas ideas no salieron de las mesas de diseño. Sus discípulos, en cambio, tuvieron más suerte a la hora de conseguir hacer realidad sus metas higienistas. Brasilia, la capital administrativa de Brasil, es posiblemente el ejemplo más conspicuo. Aunque, como escribe Steven Pinker en La tabla rasa, hoy la ciudad es "un páramo inhóspito que los funcionarios que viven en ella detestan".

2 comentarios:

Rebeca dijo...

Pobre Fernández de los Ríos, al final le dejaron sólo una calle... =)

Rebeca dijo...

Por cierto, soy tu visita número 1000 yuhuuuuuuuuuuuuuuu!