Lees algo así y, automáticamente, piensas “¿qué nos están ocultando?” y “¿por qué nos dijeron que no existían?”.
Situémonos: Nueva Orleans, EE.UU. (en cierto modo no podía ser en otra ciudad). Joseph Lancellotti, jubilado de 67 años, escucha gritos que llegan de su jardín, mira por la ventana y ve a un tipo que, torpemente y enajenado, camina por su propiedad.
Lancellotti se dirige hacia él para saber qué le pasa. No comprende lo que grita el sujeto porque no entiende esa mezcla de español y gemidos que emite su boca, así que se acerca cada vez más armado de un rastrillo, por lo que pueda pasar.
Sin embargo ni él ni nadie podía adivinar lo que pasaría a continuación. El enajenado se lanza contra Joseph, le hinca los dientes en el brazo, le arranca un pedazo de carne y se lo traga.
Lancellotti cae al suelo y, acto seguido, su atacante se tira sobre él, privándole de movimientos.
Afortunadamente es en ese momento cuando Chantal Lorio, podóloga y vecina de Joseph aparece en escena. Había visto desde su ventana a su vecino tirado en el suelo con un tipo que gritaba encima y pensó que lo que estaba pasando era que a Lancelloti le había dado un ataque al corazón y le estaban reanimando.
Claro está, cuando vio un charco de sangre en el jardín se dio cuenta de que la cosa era más grave, golpeó al atacante y liberó a la presa de su depredador.
Ya con la situación dada la vuelta, ambos vecinos trataron de calmar al enajenado, que al poco tiempo se fue de allí y se puso a dar vueltas alrededor de un coche de policía.
El zombie en cuestión resultó ser un tal Mario Vargas que, por cierto y para añadir más suspense a la historía, cuarenta y cinco minutos antes del ataque había abandonado un hospital después de ser tratado por una “lesión” en la mano.
Los portavoces del hospital donde estuvo Vargas no han querido declaradar nada al respecto amparados en las leyes de privacidad.
Total, que creo que unos cuantos ya estamos un pelín acojonados: por lo que a mí respecta tengo un par de amigos que deben estar ahora mismo volando hacia Nueva Orleans por Semana Santa. Les recibiré a la vuelta con un lanzallamas (por lo que pueda pasar).
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