Sara llegó puntual a bordo de un automóvil guiado por el amigo de su marido al Ayuntamiento, en la plaza de la Unidad, y vestida de color marfil fue recibida por el novio y por una treintena de invitados. Una ceremonia modesta en la que no tenían previsto ni siquiera viaje de novios, explica el diario.
Después del sí quiero, de las fotos de rigor y del lanzamiento de arroz, la novia pidió ir a cambiarse para estar más cómoda en el banquete y marchó acompañada por el amigo de su marido, que desde hacía meses jugaba al fútbol con él y que la llevó en coche hasta el Ayuntamiento.
El marido y los invitados fueron al restaurante y allí, mientras esperaban, brindaron una y otra vez por la felicidad de los novios, hasta que al cabo de una hora y sin que llegara la novia, empezaron a sospechar que algo no iba bien y comenzaron las llamadas al móvil de Sara. Estaba apagado. Poco a poco "se fue creando un ambiente de funeral" en el restaurante, dice el periódico.
Luna de miel
Tras un par de llamadas al amigo del novio, al cabo de hora y medio respondió y pasó el teléfono a Sara: "He comprendido que he cometido un error. Lo siento, mi corazón me lleva a otra parte", dijo al estupefacto marido.
La nueva pareja partió en viaje de luna de miel hacia Grecia, mientras que al marido no le quedó otra que quitarse el anillo y dirigirse a una abogado matrimonialista para conseguir, además del divorcio, resarcimiento por daños materiales y morales. "Ha transformado un sentimiento de amor en odio", afirma Andrea, y añade muy práctico: "Se lo podía haber pensado antes, al menos no habríamos gastado tanto dinero en semejante puesta en escena".
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